Aún nos faltan, a nosotrxs, centenares de historias y vidas robadas. Encontrarlxs y mantener la memoria de lo que nos aconteció es un imperativo ético y una necesidad para recuperar nuestra vida democrática.
Siendo una bebé Carla fue secuestrada con su madre, Graciela Rutila Artes, joven dirigente estudiantil en Oruro, Bolivia, el 2 de abril de 1976. Su papá, el uruguayo Enrique Luca López, era militante tupamaro, militaba en ese país también, donde fue asesinado por la represión ese mismo año, en Cochabamba.
Radicada en España con su abuela y sus tres hijos durante dos décadas, Carla pudo volver a nuestro país cuando fue posible sentarse ante un tribunal y ante su apropiador para declarar. Dijo entonces: “A mí me llevaron a un orfanato, me condenaron a desaparecer desde ese momento, sé que a mi madre la llevaron al Ministerio del Interior de La Paz. El 24 de agosto nos reúnen nuevamente, me sacan del orfanato en medio de un operativo bastante impresionante, a ella la llevan a la cárcel de mujeres y sé que gracias a la denuncia que empezaba a hacer mi abuela hicieron que la Cruz Roja boliviana presenciara la situación. La obligaron a firmar un papel como que estábamos en perfecto estado de salud y el 29 de agosto de 1976 nos trasladaron de Villazón a la Argentina.”
Gracias a la coordinación represiva de las dictaduras del Cono Sur, el llamado Plan Cöndor, la Policía Federal Argentina y el Servicio de Inteligencia las trasladaron desde Bolivia al CCDTyE Automotores Orletti.Los recuerdos de esa estancia espantosa , a pesar de su tan corta edad la acompañaron siempre.
“Yo sé que debo haber estado tres semanas, como mucho un mes. Me acuerdo del suelo, la altura de una canilla, los pitidos del tren: eso no se me olvidó nunca, porque al día de hoy sigo teniendo los pitidos frecuentes adentro del oído.”
Los represores y torturadores la sometieron a vejámenes delante de su madre con el fin de obtener información. Un sobreviviente de Orletti sostuvo que estuvo allí, pero nada más se supo de Graciela, quien contuinúa desaparecida.
Carla fue apropiada por uno de esos verdugos. En el juicio, tan reparador para ella, contó: “A mí me sacan en esos días y me llevan a Magister, que era una empresa regenteada por Otto Paladino, un lugar encubierto donde trabajaba la Triple A con Eduardo Alfredo Ruffo, Aníbal Gordon. A días de estar ahí, fui apropiada por Ruffo. Me inscribieron como Gina Amanda Ruffo, nacida el 26 de junio de 1976, figuro haber nacido en el seno de esa familia, como hija de él y de Amanda Cordero de Ruffo.”
El matrimonio apropiador tuvo después un hijo. Durante ese tiempo de niñez siguió el calvario para Carla, quien dijo también en el juicio:
"Cuando uno lo ha pasado tan mal y ha tenido una infancia tan infeliz lo poco de bueno desaparece: los únicos recuerdos de la infancia son junto a mi hermano, mi infancia fue una infancia llena de violencia psicológica y física y de abusos sexuales de los 3 años a los 10 años.”
Porque no dejó de buscarla, su Abuela Matilde y las Abuelas de Plaza de Mayo le devolvieron la libertad de su nombre y su historia. Y el amor. Sobre todo el amor que le habían quitado. Pero no fue fácil el camino. Era muy chica aún cuando se vió a sí misma como era en ese tiempo del secuestro. Se vió en la fotografía que su abuela Matilde llevaba. Carla tenía grabados recuerdos terribles y una sucesión de violencias y abusos durante la vida falsa que le fue impuesta por el personaje siniestro que de repente aparecía como "buscado". Seguía siendo una chica con una mochila tremenda a cuestas.
Abuelas la localizó en 1983 pero su restitución se produjo en 1985. El 11 julio de 1984 Carla se vio en televisión, cuando Matilde Artes apareció en la pantalla con las fotos de Graciela y de la nieta que buscaba: “Cuando la veo a ella en televisión me reconozco. Las fotos eran de un bebé de un año y medio con el mismo pelito rosado que tenía yo en las fotos que ellos me habían sacado. Y la respuesta de él, aparte de la tremebunda paliza para que no volviera a preguntar nada, es que ella era una vieja bruja que te está buscando para sacarte la sangre.”
Finalmente se produjo el encuentro con Matilde y ese primer abrazo que, dijo Carla, le restituyó el amor que le había faltado mientras estuvo en poder del represor. Ruffo, estando prófugo, la sacó de la escuela, intentó disfrazarla tiñéndole el pelo entre otras artimañas, y le hacía sentir que tenía la culpa. Pero fue apresado. Ella recuperó su identidad.
La democracia entonces, prometía, con el juzgamiento de los crímenes para los cuales no había nombres, como para la desaparición.
Acto tras la lectura de la sentencia judicial que probó la existencia del plan sistemático de apropiación de niñxs en 2012 |
En tiempos las infames leyes del perdón, Ruffo - como tantos otros- podía caminar suelto por las calles. Por eso se fueron Carla y su abuela Matilde a vivir a España.
Con impunidad no podía restituirse ese lazo social reparador, el que todxs hacemos, no solo jueces y agentes estatales, sino la sociedad toda, para que los dolores y las historias puedan ser acogidas, escuchadas, para que nos interpelen en lo que nos toca hacer.
Carla volvió luego, cuando no solamente se reabrieron las causas judiciales, sino que un contexto diferente que elaboraba la memoria y las diversas formas de reparación indispensables para el nunca más, eran tangibles.
La primera nieta recuperada, madre de tres hijxs, hermana de todxs lxs nietxs recuperadxs que comparten un vínculo conmovedor producto de una historia que los atravesó y no eligieron pero que transforman en un legado para todxs nosotrxs, se fue físicamente. Y la lloramos.
Con el abrazo a Abuelas, sus hijxs, tantxs hermanxs que recuperaron el nombre y la historia, que la recuperaron para todxs también, quiero decir en estas líneas que seguiremos luchando. Amorosamente, denodadamente. Buscando a quienes nos faltan. Y luchando por la democracia.
En estos momentos en los que nos atropellan los derechos la dignidad y los sueños, más todavía.
Hasta la victoria siempre, Carla.
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