A días de la conmemoración de los 40 años del golpe civico militar, la visita del Presidente de los Estados Unidos es harto significativa.
Celebra el gobierno la entrega de la soberanía económica, los recursos, la prepotencia, el cinismo y la corrupción que no denuncian quienes siempre han movido comodamente los hilos. En las sombras. Sucia la concienica, sucias las manos. Sucia la fortuna, sucia como la guerra sucia.
Una cachetada al pueblo argentino, dijo la Madre de la Plaza. Una vergüenza la votación hace una semana en el Congreso, para seguir pagando lo que no debemos y seguir la rueda y ellos puedan vivir festejando y hundiendo. Que el pueblo se los demanda, a todxs traidores, no importa el partido ni la excusa, porque lo importante es que seamos libres, dijo San Martín y lo repitió Cristina, que lo demás no importa nada. En la Casa Rosada donde tuvimos hasta hace poco el honor de contar con la más denodada defensa de la dignidad de quienes entendieron y de quienes odiaron, ahora ni siquiera han colocado la bandera argentina que llevamos cuando salimos a la calle a defender lo que es nuestro: el derecho al trabajo, la libertad de expresión, el fin de la apropiación ilegítima de nuestras Malvinas, por las que dieron la vida tantxs pibes, allá entonces y acá también después, por el olvido, la indiferencia, el silencio.
Es un insulto el homenaje organizado con cenas en el Centro Cultural cuyo nombre molesta tanto, ese que cerraron para nosotrxs, pero mantienen para exhibir una grandeza que no hicieron ni harán nunca para vos ni para mí, pero ornamentan, groseros, provocadores, para sus patrones, quienes sí saben preparar para su gente infamias o balas de goma.
Las provocaciones son muchas. En el mismo espacio donde un recorrido te lleva adentrándose con los nombres y placas de tantoxs desaparecidxs, casi hasta el río, un cartel te cuenta cómo empezó el vuelo espantoso del Cóndor, con el apoyo innegable de los Estados Unidos y su Departamento de Estado ensangrentando nuestra América Latina.
Memoria, Verdad y Justicia. Todavía falta juzgar a demasiados responsables que no llevaban uniforme. Ahora festejan. Cucarachones de tribunal y cínicos de pompa les protegen las espaldas, atragantados de favores y dineros. Y se enorgullecen de ser el dique de contención al populacho que llora cuando se acuerda de otra Cumbre con un Presidente yanqui en Mar del Plata y un Presidente, varixs Presidentes dignos, diciéndole NO a la miseria, porque ellos eran parecidos a sus pueblos. Hugo, Lula y Néstor. Aquel Presidente que entró a la ex ESMA, contra la impunidad, la complicidad y el miedo, con lxs sobrevivientes, con lxs nietxs que las Abuelas buscaron y restituyeron, con el amor y la emoción de ser el hijo de las Madres y compañero de quienes cayeron.
No nos olvidamos, ni perdonamos, ni aceptamos esta vergüenza del gobierno, que no recibe a un par sino a un dueño de la vida y de la muerte en el mundo entero, en regiones de las que ni el nombre la mayoría conocemos. Todos los días, bombardeos, y se excusan los que matan y ocultan sus crímenes - como el que nos costó a nosotrxs tantos muertxs- endilgando la violencia siempre a otro, ajeno, como si no anduvieran desde siempre arrasando con deuda o con fuego, con canales o películas. Siniestros.
Pero nosotrxs sabemos que si un 11 de septiembre es significativo, lo fue en 1973, cuando nos hundieron. Empezó precisamente con un bombardeo.
Cuando arrancó el Plan contra los pueblos, muy cerca, al otro lado de la Cordillera, un hombre digno que pagó con la vida por la libertad bien entendida, el derecho al trabajo, a la soberanía, a elegir el destino de lxs chilenxs. Era el principio, una mecha de la sangría del Cono Sur. Allende, como ninguno de esos héroes de sus pueblos, jamás bombardeó a nadie ni amedrentó con su poder de fuego. Hoy nos sobrevielan caranchos. Y no estamos muertxs, por más que las traiciones se sucedan, no se puede con los pueblos.
Este 24 se marcha, en todo el país, por esas vidas que se dieron, esas semillas, por el NUNCA MÁS al atropello, por los ideales que siguen vivos y caminan, entre nosotrxs, porque a pesar de todo, no podrán desaparecerlos.
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