Perspectiva Feminista

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domingo, 13 de octubre de 2013

Diversidad cultural, encubrimientos y genocidios

“En la República Argentina, después de una “razzia” como la nuestra, se sigue una costumbre cruel. Los niños de poca edad cuyos padres desaparecen son donados a diestra y siniestra. Las familias distinguidas de Buenos Aires buscan diligentemente esos esclavos jóvenes, llamando las cosas por su nombre. Un oficial de frontera no deja en tales oportunidades de enviar a su novia una sirvientita india. Durante la guerra del Paraguay eran las paraguayitas quienes proveían a esas atenciones galantes. En ello se reconocen las tradiciones de la conquista. Desde que la servidumbre se abolió hubo que adoptar un recurso que continuara acumulando en la casa servidores que no sirven para nada (…) Justamente esas eran mis reflexiones a las cuales yo me entregaba mientras me dirigía a elegir un par de indiecitos que el Ministerio de Guerra me había concedido.”Extraído de Relatos de la frontera, Bs. As., Ediciones Solar, 1968, traducción de los artículos publicados en la Revue des deux Mondes entre 1876 y 1880 por Alfred Ebelot, ingeniero francés contratado por el Gobierno argentino para realizar relevamientos topográficos y planeamiento de las tierras incorporadas en la campaña al “desierto”. Acompañó la expedición al Río Negro y describió minuciosamente y en primera persona, la barbarie civilizadora de la campaña organizada por la Sociedad Rural y dirigida por Julio A. Roca.


Celebramos sin lugar a dudas que los cambios políticos sociales y culturales que estamos viviendo se expresen en la nueva conmemoración del 12 de octubre, día del respeto por la diversidad cultural como reconocimiento histórico para con los pueblos originarios. De acuerdo al INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo, con este cambio en el nombre del feriado se intenta armonizar la legislación nacional con el derecho de los pueblos indígenas, consagrando y reconociendo que los derechos humanos tienen los caracteres de "universalidad, indivisibilidad e interdependencia", en función de lo que además establece nuestra Constitución Nacional. Por ejemplo, el artículo 75, inciso 17 reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos, garantizando el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural, entre otros artículos que consagran el derecho a la igualdad y a la no discriminación.

Esto es un punto de partida.


Necesitamos, como sociedad, pensar y asumir la cuestión de la territorialidad para intentar algo como la reparación, si es posible. Preguntarnos si nuestro país se conformó como tal a partir de un genocidio.
No solamente decir que el 11 de octubre de 1492 fue el último día de libertad en este continente o bien que la cruz y la espada encubrieron masacre tras masacre con el argumento de la evangelización. Un despojo material pero también de tradiciones, saberes, culturas riquísimas, y que nos resultan en particular en Argentina, algo extraño, porque creemos, bajo el influjo del relato de los vencedores, que las campañas contra los indios fueron necesarias, civilizatorias, imprescindibles en su rudeza para afianzar un dominio territorial y una unidad compartida. Estamos resquebrajando de a poco esa imaginería justificadora y cuando tenemos la constancia y el valor que hacen falta tenemos a mano documentos, relatos, historia disidente y las genealogías de quienes hoy pelean por su identidad y su territorio para contarnos el despojo, el genocidio, el olvido.

Creemos que mayoritariamente "descendimos de los barcos" pero no sabemos y tal vez no podremos nunca saber cuánta sangre originaria puede correr por nuestras venas. Apropiadores de tierras y de niñxs, violadorxs y desaparecedorxs cuyos nombres se multiplican en calles y pueblos y avenidas, de manera impune manejaron vidas, manejaron registros, traslados, olvidos la construcción de la argentinidad, excluyendo - invisibilizando- todo rasgo indígena, mestizo de la construcción ideal.

Tendremos que asumir, para poder construir una identidad sin violencias, que intente ser no solamente respetuosa sino expresión de la diversidad, identidad nunca cerrada, ni fija, porque, ¿quién o cómo, bajo qué criterios la establecemos de una vez? insisto, necesitamos asumir que los de 1976 no fueron los primeros desaparecidxs, ni los primerxs campos de concentración, ni los primerxs niñxs robadxs. Y que tal vez somos más indios de lo que imaginamos. Que a esas canalladas Roca no las hizo solo.
Que los patrones no son tan identificables: sus nombres se encuentran, de todos modos, en las escrituras y catastros y en los diarios y en los libros que contaron la versión oficial de nuestro pasado, el de fines de siglo XIX y el pasado reciente.

Imagen del Cacique Pincén y su familia, tomada en 1878. Figura su entrada en Martín Garcia como prisionero, pero su rastro y destino final se desconocen. ¿Un "desaparecido"?

Entrevistada por Página/12 hace dos años, Diana Lenton empleó la terminología "campos de concentración" para describir lo que se implementó en Valcheta, Martín García, Chichinales, Rincón del Medio, Malargüe, y otros sitios. “Son todos lugares donde se encierran a las personas prisioneras sin destino fijo. La autoridad militar era la dueña de la vida y muerte de ellos. La idea era de depósito porque iban a ser distribuidos. Eran prisioneros y esclavos. Se recibían pedidos de Tucumán, ingenios, de Misiones, estancias. Llegaban como familias y se los separaba. Hay pruebas de la violencia, cartas entre curas y arzobispos. Había muerte por las condiciones a las que estaban sometidos, ahí está también el genocidio. Y también había suicidios por el trauma social al que estaban sometidos. Los padres sabían que les quitaban a sus hijos, lo veían y decidían matarse. O mujeres que se tiraban al agua con sus hijos. En Valcheta hay documentos donde se describe que no se les daba alimentos y morían de hambre”
La Red de Investigaciones en Genocidio trabaja con documentos de la iglesia, de los cuales surgen datos de cientos de chicos destinados a Jujuy y Tucumán, las edades de servicio doméstico, chicos desde los 2 hasta los 8 años, adultos que eran destinados al cañaveral y morían con sus familias. Lenton sostiene que “los pueblos originarios son víctimas de un genocidio que aún no terminó” (Página 12, “El estado se construyó sobre un genocidio” 10/10/2011)


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