Este enero caliente de temperatura, caliente de operaciones, caliente de acontecimientos significativos, podría escribir cada día acerca de las grandezas y miserias humanas, del tesón de algunxs y la apatía de otrxs, de la imparable actividad de la mujer que nos conduce como Presidenta y exhibe un auténtoco liderazgo entre tantos espasmos lastimosos de seudodirigentes. Está claro que en estos años la constante en el marcado conflicto político es la consolidación de un rumbo, al cual intenta poner palos en la rueda un desfile impresentable de personajes mediáticos, que de líderes políticos nada tienen. Se apoyan en espacios televisivos y la cobertura vergonzante de los principales medios gráficos de la Argentina. Expresan una línea antagónica que nunca admite sus intereses y que se cubre detrás de los uniformes y las sotanas cómplices cuando asaltan por la fuerza las instituciones democráticas. No es una situación local solamente: en América y en el mundo entero las batallas políticas están atravesadas por el poder corporativo de los medios de comunicación, así como el dinero de las corporaciones viaja electrónicamente traspasando fronteras. Esa violencia capitalista que siempre fue tal y poco tenía que ver con el juego de los egoísmos ni con la calidad de sus poblaciones ni con la mano invisible que equilibra las consecuencias de la actividad humana, es el contexto constante en el que desarrollamos nuestra vida. Los estados pueden actuar como instrumentos que faciliten las ganancias corporativas, los estados pueden intentar mediar entre los sectores sometidos a la lógica del más fuerte, los estados pueden ser una cáscara o pueden representar lo común (aún sabiendo que dentro de este sistema las desigualdades han sido y serán condición, causa y efecto, el desafío a combatir o menguar, o el paisaje al cual nos acostumbramos), el estado no ha perdido significación ni siquiera con la característica actual del capitalismo en esos sitios del planeta donde se resiste a la expoliación, entre otras cosas, a partir de una idea del estado y de lo público fuerte y con características populares.
Es emocionante pensar en Cuba presidiendo la CELAC y en la realización de esta Cumbre con la Unión Europea que se resquebraja cada vez más, vampirizandose a sí misma. La importancia histórica de presentar una alternativa a una OEA que ha perdido representatividad - si es que alguna vez la tuvo- y no se sienta a discutir con la tutela de los EEUU merece por lo menos, un cuestionamiento en serio de lo que ha sido la construcción de muchos aspectos de nuestra identidad latinoamericana. De lo que nos hemos creído a partir de los relatos impuestos que acallaron nuestra diversidad, nuestro mestizaje, que erradicaron de la memoria colectiva las luchas y las lecciones de las derrotas, lo que significaron las divisiones entre países en momentos de sacudirse el estatus de colonia para pasar a depender mucho más fuertemente en nombre de la libertad (de comercio) de otros amos que hambrearon y arruinaron a las mismas mayorías, las desheredadas de siempre.
La Patria Grande es más que una fórmula. Nombra a un proyecto de una sola nación hispanoamericana. El nombre de Colombia se refería a una nación sin fronteras y en la que la insurrección anticolonialista que reconfigurase las jerarquías sociales. La primera revolución, la más olvidada y negada, había sido la haitiana, protgonizada por esclavxs, en 1804, que venció al ejército francés . La república de Haití cobijó al revolucionario Simón Bolívar tras sus primeras derrotas y allí no sólo revisó la falta de intervención de las castas más bajas - esclavos, criollos, pobres- en la lucha, sino que se comprometió, a cambio del auxilio del presidente haitiano, a abolir la esclavitud a su regreso a la guerra a muerte contra España. Tanto en Jamaica como en Haití, Bolívar expresó en sus escritos el sueño de una sola nación con un solo vínculo a partir de una lengua, religión y costumbres compartidas. Al regresar a Venezuela por la isla Margarita estableció la abolición de la escalvitud y la servidumbre, la igualdad política y educativa, para lo cual los sectores desposeídos aseguraron con las armas las promesas emancipadoras. La campaña militar se inició en 1816 y fue exitosa, liberando Nueva Granada, Venezuela y lo que hoy es Ecuador. Las dificultades se revelarían a la hora de mantener la unidad, acosada ya desde ese momento, por las ansias imperialistas norteamericanas. Reunido en Panamá un Congreso en 1826 con representantes de la Gran Colombia (las actuales Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela), Perú, Bolivia, México y las Provincias Unidas del Centro de América (Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica), Estados Unidos trabajó intensamente para sabotear los objetivos del encuentro: crear una liga de repúblicas, un pacto mutuo de defensa y una Asamblea Parlamentaria Supranacional. No prosperó la idea, la misma Gran Colombia se disolvió al poco tiempo, y las Provincias Unidas de Centroamérica se desmembraron en varios países. Bolívar se lamentaría de haber "arado en el mar".
José de San Martín se reúne en Guayaquil con Bolívar y después parte al exilio : se tiene que ir sin ver cristalizado el sueño de la libertad. Mariano Moreno ya había sido envenenado en alta mar en 1811 y el Plan de Operaciones nunca se aplicaría. Cae en desgracia y luego muere Castelli, que había declardo libres a los indígenas en el Alto Perú. Un sacrificado, pobre y enfermo Manuel Belgrano expira en la convulsionada Buenos Aires de 1820. El Plan de Operaciones que habían suscripto en secreto sería ocultado como si nunca hubiera existido. Como se ocultó deliberadamente la característica de líderes populares de los próceres que una vez muertos, se entronizaron. Artigas, protector de los pueblos libres, capaz de movilizar un pueblo entero en un éxodo, también fue traicionado y dejado solo. Conviene recordar su Reglamento de la Provincia Oriental para el Fomento de su Campaña y Seguridad de sus Hacendados (1815)porque suponía una amenaza de propagarse por los territorios del ex Virreynato del Rio de la plata. Poco se habla y se sabe de su contenido y es importante la lección histórica indagar, discutir, qué sucedió entre los líderes federales como para que ayudaran a Buenos Aires a terminar con el subversivo...
Como sostiene el historiador León Pomer, Mayo como revolución,es una esperanza frustrada para los sectores populares, y se enfrentan dos líneas antagónicas. Los pueblos tuvieron líderes comprometidos, pero fueron traicionados, vencidos militarmente, aislados, dejados a su suerte para que se exiliasen y quienes los combatieron procedieron a transformarlos después en figuras lavadas e inofensivas.
Para el general correntino, son amargas circunstancias en 1822. Sin apoyo de Buenos Aires, necesitado de hombres y recursos, después del increíble cruce de los Andes y de derrotar a los españoles en 1817, de ocupar Santiago y declarar la independencia, de resistir y volver a vencer a los españoles en Maipú en 1818, de la expedición a Perú, paladeaba la vulnerabilidad de esa idea sustantiva de revolución continental. Diez años antes, quien había llegado con él gracias al apoyo de la Logia Lautaro para luchar por el ideal antiabsolutista, lideró el proyecto centralista de esa minoría mercantil porteña a la que convenía el desmembramiento del territorio, la represión de la subversión social, el achicamiento. Descreídos o atemorizados por la supervivencia de la revolución, la traicionan. Alvear despliega maniobras políticas en la Asamblea Constituyente del año XIII para convalidar negociaciones claudicantes… Sobrevendrían largas décadas de luchas internas entre caudillos demonizados y una minoría entreguista, feroz y sanguinaria contra las montoneras a las que tildaba de salvajes y atrasadas justificando todo aquello que impusiera el orden...Celebraremos 200 años de esa Asamblea y a pesar de la moneda, los símbolos patrios, la abolición de la tortura, la libertad de vientres - no la abolición de la esclavitud, porque esxs hijxs debían permanecer 20 años en la casa y al servicio de lxs amxs antes de ser definitivamente libres-, los representantes de la Banda Oriental que envió Artigas fueron desechados, y se postergó indefinidamente la declaración de la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Un gobierno y un programa centralizado. Un ofrecimiento a la corona británica sin eufemismos se expresa en una carta al embajador inglés en Río de Janeiro, Lord Stangford, en la cual Alvear escribe: "Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso...."
La Gaceta de Buenos Aires publicaba en 1819 "Los federalistas quieren no sólo que Buenos Aires no sea la capital, sino que, como perteneciente a todos los pueblos, divida con ellos el armamento, los derechos de aduana y demás rentas generales: en una palabra, que se establezca una igualdad física entre Buenos Aires y las demás provincias, corrigiendo los consejos de la naturaleza que nos ha dado un puerto y unos campos, un clima y otras circunstancias que la han hecho físicamente superior a otros pueblos, y a la que por las leyes inmutables del Universo, está afectada cierta importancia moral de cierto rango> Los federalistas quieren, en grande, lo que los demócratas jacobinos en pequeño; el perezoso quiere tener iguales empleos que los que se han formado estudiando; el vicioso disfrutar de mismo aprecio que los hombres honrados..."
Rivadavia, el primero en sentarse en el sillón presidencial, era el otro exponente de la claudicación del sentido independentista a nivel social y regional. Fermín Chávez recuerda que Rivadavia era un viejo enemigo de San Martín y que el encono se remontaba a los tiempos del Primer Triunvirato, que había sido destruido por San Martín y Ortiz de Ocampo en la que fue "la primera acción militar de San Martín antes de la batalla de San Lorenzo". Ese Triunvirato, entregador de la Banda Oriental a los portugueses para eliminar a Artigas, era Rivadavia, quien años después, como secretario de Martín Rodriguez trabará el pedido urgente que el libertador hacía desde Perú y que lo lleva a la entrevista de Guayaquil solo y sin margen de maniobra. En las Provincias Unidas, en 1816 se declara la Independencia en Tucumán, la que tanto reclamaba San Martín mientras libraba la lucha militar. Pero no hubo Constitución en el Río de la Plata hasta 1853, y tras numerosas traiciones entre los líderes federales mismos, que se alzaron en armas durante cuarenta años porque dos proyectos de país estaban en juego, se impuso la entrega. Las constituciones unitarias de 1819 y de 1826 habían sido rechazadas por las provincias y resultaron inaplicables, ya que expresaban un proyecto económico-político que favorecía el capital comercial y los intereses de los productores para la exportación, sin importar si arruinaban las economías regionales o hambreaban a las mayorías. "Las mercaderías inglesas que inundaron el país a partir de 1809 destruyeron los modos de producción y las relaciones de clase herederas de la colonia, y facilitaron indirectamente la acumulación de los primeros capitales nacionales en las esferas del comercio y la ganadería. El capitalismo se inició en la argentina estrechamente condicionado por una causa externa: el capitalismo inglés"(Rodolfo Puiggrós, Pueblo y Oligarquía,, Bs.As., 1965.
El relato mitrista impuso la imagen lavada del San Martín "santo de la espada" quitándole toda la espesura al personaje revolucionario que se refería a sus hombres como "nuestros paisanos los indios" y que no hubiera podido salir vivo de las Provincias Unidas sin la protección de Estanislao López, el caudillo santafesino. ¡Hasta qué punto el personaje político que fue San Martín, que casi retorna llamado por Dorrego, que mandó su sable a Juan Manuel de Rosas en tiempos del bloqueo anglo francés, es una figura a descubrir todavía! Enemiga de San Martín, la burguesía comercial que se consolidó al amparo del puerto de Buenos Aires sacrificó la unidad con la Banda Orientaltraicionando el sentido profundo de esa liga de pueblos libres. Resignificando a sus líderes populares como Belgrano, San Martín, Artigas, el relevo mitrista escribe una historia sesgada que demoniza o neutraliza sus aspectos revolucionarios. Mitre, el fraticida del Paraguay, el fundador del diario que aún hoy trabaja incesantemente por el mismo proyecto chico, un proyecto que triunfa gracias a cadenas de traiciones entre los mismos caudillos y a la injerencia extranjera. Se impone el país para pocos y separado de la América del Sur, a espaldas de las provincias, a pesar de las declaraciones de la constitución federal. Conviene revisar la polémica de aquellos tiempos entre Mariano Fragueiro - otro desconocido- y Alberdi. Dos modelos para la Argentina en un tiempo crítico.
Necesitamos, hoy como ayer, entender qué es lo que se esconde detrás de las fórmulas grandilocuentes, qué distintos significados pueden adquirir las palabras y a quiénes se considera parte de la patria, de la nación, de la ciudadanía. Necesitamos revisar los motivos de la escandalosa Guerra del Paraguay, qué sucede cuando una experiencia divergente de las recetas hegemónicas se vuelve una amenaza por su mera existencia y su éxito.Entre la literatura editada para el Bicentenario, además de la corriente revisionista, de la obra de Arturo Jauretche, de la tarea imprescindible de un Norberto Galasso. se encuentra mucho material para repensar los relatos históricos y los claroscuros de las guerras de la independencia, porque se despliegan discusiones sobre los proyectos de nación por las que líderes populares y líderes oligárquicos desangraron - hasta hace muy pocas décadas- nuestra tierra. El interés o el desinterés por la historia habla también del tipo de ciudadanía y democracia que nos podemos dar.
La Patria Grande, ayer y hoy
José Martí, cuyo cumpleaños se recordó hace dos días - 1853, La Habana- es tal vez el prócer independentista que menos conocemos. Escribió : “La América ha de promover todo lo que acerque a los pueblos, y de abominar todo lo que los aparte”. Citaba extensamente a Bolívar. Discutía la idea sarmientina del enfrentamiento entre la civilización y la barbarie americana, sosteniendo lo propio contra la falsa cultura que proponía poblar estas tierras con europeos eliminando al indio. "La América se salva con el indio, o no se salva"... Martí sostenía que parte del fracaso de las armas revolucionarias se relacionaba directamente con esa dicotomía: "el genio hubiera estado en hermanar la toga y la vincha, desentancar al indio, ir haciendo lado al negro suficiente, ajustar la libertad en el cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella."
Luchador por la independencia de su Cuba desde su adolescencia, conocedor de la cárcel y el destierro, sabía bien que la intuición temprana de Bolívar sobre la intención de los Estados Unidos de dominar el sur de sus fronteras. Fue corresponsal de La Nación en EEUU. Desde allí maduró su latinoamericanismo, denunciando, entre otras cosas, el crimen contra los obreros conocidos como los mártires de Chicago en 1886, observando las consecuencias de la Primera Conferencia Panamericana que se realizó en Washington entre 1889 y 1890 en un intento de dominar desde el Caribe, todo el hemisferio. Por eso sentía como necesidad "impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América". Temía el dominio de la oligarquía financiera norteamericana sobre su pueblo, la misma contra la cual lucharon Fidel, el Che Guevara y lxs cubanos, setenta años más tarde, a pesar de la independencia formal. Martí murió peleando a los 42 años por un proyecto revolucionario y de dignidad para los pueblos. Su obra y su figura son todavía desconocidas para demasiadxs latinoamericanxs.
La revolución haitiana, la de los esclavos, la que venció al ejército que se imponía en Europa, casi no se enseña; ni en las escuelas ni en las universidades. Y Haití parece pagar hasta el día de hoy con sangre y hambre aquel gesto imperdonable.
¿Qué sucedió con los gobiernos populares en nuestras repúblicas latinoamericanas cuando tuvieron que resistir aisladas el embate de los EEUU y sus socias, las élites locales? ¿Cómo se profundizó una dependencia cultural en el olvido de nuestro pasado indígena, de nuestras revueltas por la tierra, la dignidad, la soberanía de los recursos naturales? ¿Cómo funciona y a beneficio de quienes, el discurso racista, el olvido o el desconocimiento de los desmembramientos en repúblicas débiles y dóciles en el Caribe, en la América de las venas abiertas donde cada tanto se reciben lecciones de "democracia", "libertad" o "progreso" a través de la fuerza o los golpes duros o blandos?¿Porqué se entorpece de manera vergonzante, el acceso de lxs ciudadanxs a otro tipo de contenidos y canales que discuten una versión de nuestra historia y de nuestro presente modelada por la mirada imperialista que siempre nos ha disminuido, alienado y enfrentado entre nosotros?
¿Quiénes ejercen la violencia simbólica que justifica la fuerza?
Hace cuarenta años un hombre digno y bueno, presidente constitucional de su país, era bombardeado y masacrado en Chile: Salvador Allende. Desde su caída, que fue la de un proyecto popular, el país hermano todavía no se repone; el discurso que lo volteó sigue presente y en disputa en el imaginario latinoamericano. Quizás la juventud pueda, con su movilización, sacudiendo la represión, el silencio, el olvido, retomar sus banderas. Para eso, entre otras cosas, no hay que regalar la conmemoración del 11 de septiembre.
Chávez es, desde hace más de veinte años, el líder de un proyecto de unión y soberanía de la América del Sur. Y por eso, el enemigo de las corporaciones. Por eso Néstor Kirchner también lo fue...y Lula Da Silva, y Evo Morales, enemigos mortales. En el intento separatista y destituyente contra Evo Morales, la actitud rápida y firme de los gobiernos hermanos sostuvo al presidente que juró en Tiahuanaco, en el mismo lugar en el que Castelli había proclamado la libertad de los indígenas.
Gobiernos diferentes pero unidos en objetivos. Esa construcción que es reconstruir una memoria de luchas, de cultura compartida, de fracasos y de divisiones que nos arruinaron, es el enemigo de quienes nos han oprimido. Enemiga fue la insolencia del Paraguay en el siglo XIX y la aplastaron sus naciones hermanas. Enemiga era y es la revolución cubana, a la que intentaron asfixiar con un atroz bloqueo económico, invasiones y constante campaña desestabilizadora y demonizadora.Enemiga es la superación de una OEA por una verdadera entidad, fuerte y expeditiva, con la CELAC que tiene nada más y nada menos que a Cuba en la presidencia pro témpore. Se entiende el ataque constante y la dimensión de la apuesta...
La unidad de las luchas del siglo XIX fue eje de las luchas revolucionarias de los distintos movimientos aplastados por dictaduras en la segunda mitad del siglo XX. Retomar banderas con las estrategias que aprenden de la derrota popular es esencial para la transformación de nuestro presente y nuestro futuro. Y por eso hay tanto revuelo y crispación de los amantes del orden que huele a represión, a entrega.
La unidad latinoamericana verdadera es la que se consolida a partir de la soberanía económica, social, política. Hay lecciones pendientes de figuras como Bolívar, San Martín, Artigas, Belgrano, Martí, insobornables. Seres humanos y falibles, pero de una madera capaz de influir décadas, o siglos después de la muerte, el exilio o la desaparición.
Fuentes: "Son tiempos de Revolución. De la Emancipación al Bicentenario" Compilación de Germán Ibañez, Ed. Madres de Plaza de Mayo, Buenos Aires, 2010 (adaptación de Norberto Galasso, "Son tiempos de revolución. De la Emancipación al Bicentenario"/ "Bicentenario. Dos siglos de la Argentina 1810-2010. Felipe Pigna, Compilador, AZ Editora, Bs. As., 2010 / "Historia de la Argentina", Marcela Ternavasio, 1806-1852, Siglo XXI Editores, Bs.As., 2009/ "Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX" H.S. Ferns, Ediciones Solar, Bs.As., 1979 /"Plan Revolucionario de Operaciones-1810" en "Mariano Moreno. Escritos políticos y económicos." Norberto Piñero, La Cultura Argentina, Buenos Aires, 1915/ "Bolivar, Martí y Nuestra América", Alfredo Jacobsen, en "La Patria es América", compilación editada por Madres de Plaza de Mayo, Bs.As., 2009
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miércoles, 30 de enero de 2013
viernes, 11 de enero de 2013
Elogio de la disputa (o pensando la universalidad)
Recientemente se tematizó por las circunstancias dolorosas y publicitadas, lo inaudible de las voces de lxs no contadxs como ciudadanas plenas. Las voces de las compañeras de infortunio de Marita Verón; las voces de las víctimas cuyos testimonios fueron descreídos por el tribunal que intervino en el juzgamiento del cura Grassi por abuso; las voces de los familiares de Luciano Arruga, diciendo el porqué de la desaparición de quien era considerado por la policía – y sólo por la policía? - como alguien extorsionable, utilizable, pasible de convertirse en chorro para chorros de uniforme. ¡Y cuánto que no tenemos en la memoria, instalado en el imaginario colectivo! Muchísimo, sin dudas…
Si hay algo como justicia y corrimiento de los límites de lo excluido por una universalidad, es gracias a un litigio, es gracias al conflicto, a la disputa acerca de los universales mismos. Esa justicia no es nunca completa, es. Pequeños actos de justicia o de apertura de otros espacios o prácticas que en el futuro, seguramente, serán impugnados. Si fuese posible una saturación, una presunción de inclusión de todas las partes en armonía, como si todas las demandas estuviesen contenidas, o satisfechas, se trataría de una sociedad que suprimiría la distorsión del uno-de-más, de lo que excede siempre la idea de la comunidad realizada y entonces esa sociedad se absolutizaría. Algo de esto me resonó cuando Pepe Mugica en una entrevista televisiva, reivindicaba esa actitud de “izquierda” que siempre busca repartir, que no se conforma con lo dado ni con los privilegios naturalizados que desmienten la armonía y el consenso. Esa distorsión que señala Jacques Rancière - para quien la noción del consenso es sinónimo de exclusión-, brinda la posibilidad de subjetivación política; cuando en nombre del universal se ponen en escena los vínculos litigiosos entre dos mundos a los que se pertenece, para apropiarse de la igualdad de los otros.
El universal es aquel concepto que nombra el rasgo común a distintos entes particulares. En nombre de una razón universal, de una identidad, se reúne dentro del recipiente, por decirlo de manera gráfica, a todo lo que cuenta con los atributos compartidos. Se reúne al tiempo que se excluye. Así es como cada unx de nosotrxs, particulares, constituimos el contenido de “ciudadanía”, por ejemplo. Particulares ciudadanxs dotados de ciertos rasgos y derechos. Particulares humanxs, portadores de los derechos inalienables a la vida, a la libertad, a la propiedad, que las doctrinas que fundamentan nuestras constituciones modernas y nuestros sistemas liberales de legislación consagran.
Ahora bien, sabemos que la universalidad de la ciudadanía, que denota eso idéntico que tienen los individuos contenidos, pierde esa identidad entre nombre y entidades por su negativa a abarcar a todxs: quienes están desposeídxs o permanecen irrepresentadxs por la voluntad general – las mujeres revolucionarias por citar un ejemplo- no alcanzan el nivel de lo reconociblemente humano dentro de los términos universales y más aún, pasan a ser objeto de aniquilación. Fue el destino de “lo otro” de la Europa. Una persona indocumentada, un inmigrante, alguien que no concuerda en los rasgos perceptibles y que la califican dentro de las categorías de hombre o de mujer, son otros casos.
Con todo esto lo que pretendo traer a colación es que todo universal abarcador de todo, excluye la particularidad sobre la cual se basa y que cada integración de lo particular a lo universal deja una huella que convierte a lo universal en fantasmal para sí mismo (Butler). La universalidad es revisada constantemente en el tiempo, y sus sucesivas revisiones y disoluciones son esenciales a lo que ella “es”. Cada inclusión de particulares o minorías no percibidas ni reconocidas por la ciudadanía en determinado momento resignifica al universal “ciudadano/a”. Esto implica que si la noción de “humanidad” o “ciudadanía” es pensada de manera transcultural, por ejemplo, la noción estará sospechada siempre por la particularidad de las normas culturales que intenta trascender. Será, por decirlo de alguna manera, siempre eurocéntrica, o, como lo ha mostrado la teorización feminista, falocéntrica. Nuestra historia colonial y contemporánea es ilustrativa al respecto ( y valga la redundancia con la “ilustración”), cuando en términos de la “razón” ilustrada se pretendió transplantar la Europa a la América no percibida como humana puesto que era salvaje y bárbara, y se emprendieron genocidios de los que todavía no sabemos lo suficiente. O cuando se despojó de los derechos a las mujeres que lucharon por esa igualdad revolucionaria, entre las masas pobres y las etnias originarias a la hora de sentar las bases de las repúblicas independientes, las de los iguales, confinándolas a la tutela del marido a ellas, a la semiesclavitud o a la trinchera a otros. Todo esto señala casos del problema de la universalidad del que se está discutiendo tanto y con razón, por cierto.
Por eso Carol Pateman acuñó la expresión del contrato sexual a la par del clásico contrato social de la filosofía política, como condición paralela sino anterior al diseño de nuestras sociedades actuales. Sin mirar críticamente las relaciones de parentesco –afirma Butler en “El grito de Antígona”- que llevan a definir la existencia del ciudadano masculino, y sostienen la división de esferas privado/público, la ciudadanía moderna siempre será patriarcal, dado que los significados duales mujer (privado, cuidado) y hombre (público, trabajo, producción) articulan otros significados que entretejidos conforman el espacio simbólico y cultural donde se sustenta al inferioridad de unas en relación a los otros.
Cada paso en las reivindicaciones que hacemos, excluídxs u oprimidxs, apelan ineludiblemente a la universalidad, y no puede ser de otra manera, puesto que la arquitectura legal de nuestras sociedades así lo requiere. Si no fuese universal la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de los Derechos del Niño, no se hubiera podido contar con las herramientas necesarias para la lucha por erradicar la desaparición de personas, la tortura, así como en nombre de los derechos humanos es que también hablamos del derecho a la comunicación y a la información, a la vivienda digna o a la no discriminación por raza o creencias religiosas.
El siglo XX fue sumamente crítico del punto de vista occidental y europeo que ocultaba la particularidad que se arrogaba el carácter de medida de todo, que ocultaba su particularidad para oprimir a lo no europeo hablando en términos de razón universal o civilización. Los aportes de la crítica poscolonial y de la teoría feminista -en su fascinante diversidad- impugnaron la universalidad – el “sujeto” sobre todo- no para desecharla sino para marcar, precisamente, la complejidad de su utilización si se olvida que siempre es excluyente, y que está impregnada de valores determinados que si se presumen únicos, totales, abarcadores, mejores que otros, no hacen otra cosa que imponerse de manera violenta.
Lo que debe tenerse en cuenta es que todo reclamo de universalidad siempre tiene lugar en una sintaxis dada con cierto conjunto de convenciones culturales en un terreno reconocible. El reclamo no puede ser efectuado si no es reconocido como reclamo. Judith Butler afirma en “Contingencia, Hegemonía y Universalidad”, que esto concierne al problema de la traducción cultural. De lo contrario, bajo la categoría de “sujeto”, - el sujeto de derechos- se pierde y se borra el que queda subordinado o inarticulable por ese mismo universal. Las prácticas diferentes a la conceptualización que es hegemónica se soslayan con la violencia que las explica o las reduce. Como dice Judith Butler en Deshacer el Género, el “todavía no” es una característica propia de lo universal mismo: aquello que permanece “irrealizado” por lo universal es lo que lo constituye esencialmente.
Y aunque hace tiempo que en lo que se conoce como ciencias humanas se evita apelar a una naturaleza humana y a rasgos universalizables, - como la racionalidad- para pensar el orden político y desplegar visiones normativas del orden del deber ser, del consenso, de la representación, persisten estas brechas que se ocultan en nuestros modos de vida en común. Cuando se las ignoran o se las pretende neutralizar, o cerrarlas definitivamente, la universalidad juega como criterio para juzgar reivindicaciones de cualquier programa social y político ya que lo que se pretende debe poder ampliarse a todxs como para ser aceptable. Y este proceder evidencia que si bien no se blanquean los supuestos sobre lo que los seres humanos o los ciudadanos son, está implícita una racionalidad discursiva, una cierta capacidad racional repartida en todxs. ¿Cómo funcionaría si así no lo fuera? Es el modelo de la racionalidad comunicativa elaborado por el filósofo Jürgen Habermas, por ejemplo: todxs tenemos la capacidad de argumentar y por ende, de convencer al otrx esgrimiendo el mejor argumento. Pero, ¿podemos todxs dialogar? ¿qué sucede con las posiciones diferentes que se ocupan en el escenario de la discusión política? Además, los diseñadores de la opinión pública, el poder concentrado de los medios de comunicación, el acceso discriminado a la representatividad en los parlamentos a través del tradicional sistema de partidos, son factores soslayados en este esquema ideal al que nunca se aviene ejemplo concreto. Estos modelos tienen efectos tremendos, por cierto: si no te reconocen como interlocutorx, si no se comparten códigos – y con ellos, valores- te bombardean para imponer la democracia y cuanto esquema normativo se elabore desde un lugar cómodo del mundo.
Sin embargo, desafiar las formulaciones universales existentes es lo que permite que aquello excluido reelabore estándares históricos de ese universal. Así como el universal “sujeto” asimiló y redujo las particularidades que excluía, si quienes en tanto excluídos invocan el universal de una normativa para ser considerados y habilitar derechos, reformulan el sentido de ese sujeto de la ley, abren la universalidad a nuevas formulaciones. Y quienes no tenían derecho a ocupar el lugar de sujeto, muestran así la violencia del universal para transformarlo, ampliarlo, mantenerlo abierto. Las luchas acerca de la libertad sexual, el matrimonio igualitario, la autonomía que pertenece según patrones culturales patriarcales solamente a los varones, involucran de manera decisiva este conflicto, esta impugnación de los modelos normativos. Así se ha logrado abrir una transformación cultural decisiva que lleva generaciones, en las que la ley que se sanciona es apenas un factor, indispensable según el funcionamiento de la democracia, pero una patita nada más.
Resta lo más duro de roer, permear el universo simbólico, las prácticas cotidianas…
Las normas positivas como el derecho tanto como las no escritas, las del cómo deberían ser las cosas, “patean para adelante” la disputa porque según los lugares y posiciones que se ocupen, desde dónde se hable, se viva, se experimente, se desee, se sea percibidx o interpretadx, las demandas y las opresiones hacen tambalear la armonía proclamada que se aplaza una y otra vez.
El escandaloso funcionamiento del poder judicial argentino ahora en primer plano pero de larga data, en realidad, quizás ayude a pensar esta audibilidad/inaudibilidad de las voces concretas. Algo de esto, al menos. La inaudibilidad que habilita la repetición de violencias e injusticias precisamente porque quien habla, quien enuncia, no es tenido en cuenta en la plenitud de su ciudadanía o humanidad. Inaudibles, quienes nunca aparecen en los relatos periodísticos ni en las estadísticas. La perversión de la invisibilidad de la violencia con la que convivimos, tanto como las de las relaciones desiguales que sostienen nuestras democracias igualitarias. Lo inaudible está en las denuncias que se cajonean en alguna comisaría o juzgado hasta que esa misma persona aparece cosificada, como el tema del día en los policiales. Objetos con los que se montan, por añadidura, operaciones de prensa. Entonces reaparecen los nombres de los universales, invocados por victimarios tanto como por víctimas, invocados por lxs indiferentes también que reproducen consignas sin considerar la complejidad, la brecha entre la enunciación de un derecho que se proclama y su ejercicio real y concreto. Este es el escándalo del conflicto, de la intrusión de quienes no eran contadxs y eran contenidos en esas abstracciones. De lxs inaudibles.
Si hay algo como justicia y corrimiento de los límites de lo excluido por una universalidad, es gracias a un litigio, es gracias al conflicto, a la disputa acerca de los universales mismos. Esa justicia no es nunca completa, es. Pequeños actos de justicia o de apertura de otros espacios o prácticas que en el futuro, seguramente, serán impugnados. Si fuese posible una saturación, una presunción de inclusión de todas las partes en armonía, como si todas las demandas estuviesen contenidas, o satisfechas, se trataría de una sociedad que suprimiría la distorsión del uno-de-más, de lo que excede siempre la idea de la comunidad realizada y entonces esa sociedad se absolutizaría. Algo de esto me resonó cuando Pepe Mugica en una entrevista televisiva, reivindicaba esa actitud de “izquierda” que siempre busca repartir, que no se conforma con lo dado ni con los privilegios naturalizados que desmienten la armonía y el consenso. Esa distorsión que señala Jacques Rancière - para quien la noción del consenso es sinónimo de exclusión-, brinda la posibilidad de subjetivación política; cuando en nombre del universal se ponen en escena los vínculos litigiosos entre dos mundos a los que se pertenece, para apropiarse de la igualdad de los otros.
El universal es aquel concepto que nombra el rasgo común a distintos entes particulares. En nombre de una razón universal, de una identidad, se reúne dentro del recipiente, por decirlo de manera gráfica, a todo lo que cuenta con los atributos compartidos. Se reúne al tiempo que se excluye. Así es como cada unx de nosotrxs, particulares, constituimos el contenido de “ciudadanía”, por ejemplo. Particulares ciudadanxs dotados de ciertos rasgos y derechos. Particulares humanxs, portadores de los derechos inalienables a la vida, a la libertad, a la propiedad, que las doctrinas que fundamentan nuestras constituciones modernas y nuestros sistemas liberales de legislación consagran.
Ahora bien, sabemos que la universalidad de la ciudadanía, que denota eso idéntico que tienen los individuos contenidos, pierde esa identidad entre nombre y entidades por su negativa a abarcar a todxs: quienes están desposeídxs o permanecen irrepresentadxs por la voluntad general – las mujeres revolucionarias por citar un ejemplo- no alcanzan el nivel de lo reconociblemente humano dentro de los términos universales y más aún, pasan a ser objeto de aniquilación. Fue el destino de “lo otro” de la Europa. Una persona indocumentada, un inmigrante, alguien que no concuerda en los rasgos perceptibles y que la califican dentro de las categorías de hombre o de mujer, son otros casos.
Con todo esto lo que pretendo traer a colación es que todo universal abarcador de todo, excluye la particularidad sobre la cual se basa y que cada integración de lo particular a lo universal deja una huella que convierte a lo universal en fantasmal para sí mismo (Butler). La universalidad es revisada constantemente en el tiempo, y sus sucesivas revisiones y disoluciones son esenciales a lo que ella “es”. Cada inclusión de particulares o minorías no percibidas ni reconocidas por la ciudadanía en determinado momento resignifica al universal “ciudadano/a”. Esto implica que si la noción de “humanidad” o “ciudadanía” es pensada de manera transcultural, por ejemplo, la noción estará sospechada siempre por la particularidad de las normas culturales que intenta trascender. Será, por decirlo de alguna manera, siempre eurocéntrica, o, como lo ha mostrado la teorización feminista, falocéntrica. Nuestra historia colonial y contemporánea es ilustrativa al respecto ( y valga la redundancia con la “ilustración”), cuando en términos de la “razón” ilustrada se pretendió transplantar la Europa a la América no percibida como humana puesto que era salvaje y bárbara, y se emprendieron genocidios de los que todavía no sabemos lo suficiente. O cuando se despojó de los derechos a las mujeres que lucharon por esa igualdad revolucionaria, entre las masas pobres y las etnias originarias a la hora de sentar las bases de las repúblicas independientes, las de los iguales, confinándolas a la tutela del marido a ellas, a la semiesclavitud o a la trinchera a otros. Todo esto señala casos del problema de la universalidad del que se está discutiendo tanto y con razón, por cierto.
Por eso Carol Pateman acuñó la expresión del contrato sexual a la par del clásico contrato social de la filosofía política, como condición paralela sino anterior al diseño de nuestras sociedades actuales. Sin mirar críticamente las relaciones de parentesco –afirma Butler en “El grito de Antígona”- que llevan a definir la existencia del ciudadano masculino, y sostienen la división de esferas privado/público, la ciudadanía moderna siempre será patriarcal, dado que los significados duales mujer (privado, cuidado) y hombre (público, trabajo, producción) articulan otros significados que entretejidos conforman el espacio simbólico y cultural donde se sustenta al inferioridad de unas en relación a los otros.
Cada paso en las reivindicaciones que hacemos, excluídxs u oprimidxs, apelan ineludiblemente a la universalidad, y no puede ser de otra manera, puesto que la arquitectura legal de nuestras sociedades así lo requiere. Si no fuese universal la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de los Derechos del Niño, no se hubiera podido contar con las herramientas necesarias para la lucha por erradicar la desaparición de personas, la tortura, así como en nombre de los derechos humanos es que también hablamos del derecho a la comunicación y a la información, a la vivienda digna o a la no discriminación por raza o creencias religiosas.
El siglo XX fue sumamente crítico del punto de vista occidental y europeo que ocultaba la particularidad que se arrogaba el carácter de medida de todo, que ocultaba su particularidad para oprimir a lo no europeo hablando en términos de razón universal o civilización. Los aportes de la crítica poscolonial y de la teoría feminista -en su fascinante diversidad- impugnaron la universalidad – el “sujeto” sobre todo- no para desecharla sino para marcar, precisamente, la complejidad de su utilización si se olvida que siempre es excluyente, y que está impregnada de valores determinados que si se presumen únicos, totales, abarcadores, mejores que otros, no hacen otra cosa que imponerse de manera violenta.
Lo que debe tenerse en cuenta es que todo reclamo de universalidad siempre tiene lugar en una sintaxis dada con cierto conjunto de convenciones culturales en un terreno reconocible. El reclamo no puede ser efectuado si no es reconocido como reclamo. Judith Butler afirma en “Contingencia, Hegemonía y Universalidad”, que esto concierne al problema de la traducción cultural. De lo contrario, bajo la categoría de “sujeto”, - el sujeto de derechos- se pierde y se borra el que queda subordinado o inarticulable por ese mismo universal. Las prácticas diferentes a la conceptualización que es hegemónica se soslayan con la violencia que las explica o las reduce. Como dice Judith Butler en Deshacer el Género, el “todavía no” es una característica propia de lo universal mismo: aquello que permanece “irrealizado” por lo universal es lo que lo constituye esencialmente.
Y aunque hace tiempo que en lo que se conoce como ciencias humanas se evita apelar a una naturaleza humana y a rasgos universalizables, - como la racionalidad- para pensar el orden político y desplegar visiones normativas del orden del deber ser, del consenso, de la representación, persisten estas brechas que se ocultan en nuestros modos de vida en común. Cuando se las ignoran o se las pretende neutralizar, o cerrarlas definitivamente, la universalidad juega como criterio para juzgar reivindicaciones de cualquier programa social y político ya que lo que se pretende debe poder ampliarse a todxs como para ser aceptable. Y este proceder evidencia que si bien no se blanquean los supuestos sobre lo que los seres humanos o los ciudadanos son, está implícita una racionalidad discursiva, una cierta capacidad racional repartida en todxs. ¿Cómo funcionaría si así no lo fuera? Es el modelo de la racionalidad comunicativa elaborado por el filósofo Jürgen Habermas, por ejemplo: todxs tenemos la capacidad de argumentar y por ende, de convencer al otrx esgrimiendo el mejor argumento. Pero, ¿podemos todxs dialogar? ¿qué sucede con las posiciones diferentes que se ocupan en el escenario de la discusión política? Además, los diseñadores de la opinión pública, el poder concentrado de los medios de comunicación, el acceso discriminado a la representatividad en los parlamentos a través del tradicional sistema de partidos, son factores soslayados en este esquema ideal al que nunca se aviene ejemplo concreto. Estos modelos tienen efectos tremendos, por cierto: si no te reconocen como interlocutorx, si no se comparten códigos – y con ellos, valores- te bombardean para imponer la democracia y cuanto esquema normativo se elabore desde un lugar cómodo del mundo.
Sin embargo, desafiar las formulaciones universales existentes es lo que permite que aquello excluido reelabore estándares históricos de ese universal. Así como el universal “sujeto” asimiló y redujo las particularidades que excluía, si quienes en tanto excluídos invocan el universal de una normativa para ser considerados y habilitar derechos, reformulan el sentido de ese sujeto de la ley, abren la universalidad a nuevas formulaciones. Y quienes no tenían derecho a ocupar el lugar de sujeto, muestran así la violencia del universal para transformarlo, ampliarlo, mantenerlo abierto. Las luchas acerca de la libertad sexual, el matrimonio igualitario, la autonomía que pertenece según patrones culturales patriarcales solamente a los varones, involucran de manera decisiva este conflicto, esta impugnación de los modelos normativos. Así se ha logrado abrir una transformación cultural decisiva que lleva generaciones, en las que la ley que se sanciona es apenas un factor, indispensable según el funcionamiento de la democracia, pero una patita nada más.
Resta lo más duro de roer, permear el universo simbólico, las prácticas cotidianas…
Las normas positivas como el derecho tanto como las no escritas, las del cómo deberían ser las cosas, “patean para adelante” la disputa porque según los lugares y posiciones que se ocupen, desde dónde se hable, se viva, se experimente, se desee, se sea percibidx o interpretadx, las demandas y las opresiones hacen tambalear la armonía proclamada que se aplaza una y otra vez.
El escandaloso funcionamiento del poder judicial argentino ahora en primer plano pero de larga data, en realidad, quizás ayude a pensar esta audibilidad/inaudibilidad de las voces concretas. Algo de esto, al menos. La inaudibilidad que habilita la repetición de violencias e injusticias precisamente porque quien habla, quien enuncia, no es tenido en cuenta en la plenitud de su ciudadanía o humanidad. Inaudibles, quienes nunca aparecen en los relatos periodísticos ni en las estadísticas. La perversión de la invisibilidad de la violencia con la que convivimos, tanto como las de las relaciones desiguales que sostienen nuestras democracias igualitarias. Lo inaudible está en las denuncias que se cajonean en alguna comisaría o juzgado hasta que esa misma persona aparece cosificada, como el tema del día en los policiales. Objetos con los que se montan, por añadidura, operaciones de prensa. Entonces reaparecen los nombres de los universales, invocados por victimarios tanto como por víctimas, invocados por lxs indiferentes también que reproducen consignas sin considerar la complejidad, la brecha entre la enunciación de un derecho que se proclama y su ejercicio real y concreto. Este es el escándalo del conflicto, de la intrusión de quienes no eran contadxs y eran contenidos en esas abstracciones. De lxs inaudibles.
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