Con la sanción de la ley de identidad de género, tan peleada, tan esperada, sopla una brisa fresca en nuestro clima democrático en permanente construcción. Las formas de amar, que no escapan a prescripciones, -como tampoco las de ser o aparecer-, hacen a lo más íntimo pero a lo más significativo de cada unx de nosotrxs. Y esto es política.
Lo decía sabiamente un ex sacerdote hace unos días en una entrevista televisiva, criticando las posturas de una Iglesia que lo expulsó de sus filas por apoyar el matrimonio igualitario – me refiero al cordobés Nicolás Alessio-, en éstos términos: “no hay mayor control que el de la cama o el de la conciencia de la gente”. Y agregaba : “a la Iglesia no le importa la mesa de lxs argentinxs, si tienen para comer o no, le importa con quién se acuesta, cómo, porque es el disciplinamiento más sutil”.
Sin dudas, y como lo hemos planteado las mujeres en el interior del movimiento feminista y en las producciones teóricas, si no se cuestiona lo que implican las maneras de ordenar el quién soy, el qué soy referidas a solamente dos posibilidades, dos términos, como el de varón o mujer, no terminamos de desmontar un aparato normativo en el que nos constituimos ni bien nacemos, y que traza los caminos posibles para sentir, para desear, para ser reconocidos por otrxs, para amar. Hombre o mujer y punto, reproducen una bipolaridad que sabemos, asigna jerarquías y gobierna sin el uso de la fuerza, nuestra propia subjetividad, desterrando y excluyendo toda otra variante.Son nuestras vidas, nuestros proyectos, los que están en juego. No elegimos el sexo ni el género, en cierta forma, no elegimos como desde un punto cero incondicionado, nada. Antes bien, asomamos a vivir atravesadxs ya por una asignación de identidad genérica, un nombre, valoraciones y maneras compulsivas de ir haciéndonos personas inteligibles, admisibles para un contexto social que va cambiando con la historia, ciertamente, pero no por ello deja de presentar siempre los límites de lo humano, de lo que es normal y anormal, de lo que es una desviación y de lo que es lo esperable.
De esto hablaron filósofxs como Foucault y actualmente, Judith Butler: somos un producto que no por ser efecto de estas redes, carecemos de toda capacidad de acción o resistencia. La repetición estilizada de actos con los que nos amoldamos a la expectativa y que se naturaliza con la misma constante repetición, puede por ser una dramatización, justamente, subvertir la expectativa, crear otras maneras de ser percibido, otras maneras de ser persona, de fugar del cerco. No es fácil ni con ello cambian las coordenadas múltiples de sujeción, pero esas son los ejercicios de poder que tenemos, porque los poderes opresores de lo que dice qué somos – qué debemos ser, qué se supone que es lo aceptable- no son nada sin la actuación constante que mantiene su vigencia. Y ahí entramos todxs. O reproducimos o nos desviamos abriendo la posibilidad de otras actuaciones, de hacernos a nosotrxs mismxs, de inventar otras prácticas políticas, que hagan visible no que no puede verse por estar del lado oscuro.
A las mujeres y varones heterosexuales, todas estas militancias e irrupciones de nuevas sexualidades que horrorizan el paisaje dado por un ordenamiento tradicional que va mucho más allá de la cama – Alessio da en la tecla, si la Iglesia se preocupa por el sexo, por lo más íntimo y disciplina allí, ¿cómo no va a tener consecuencias en lo que nos animemos a concebir como posible en relación a tantas otras formas de injusticias que vivimos? – nos potencia, indudablemente. Abre a otras maneras de relación con otrxs, abre a considerar a las personas y el lugar que tienen para lxs demás por todos estos ordenamientos que tenemos tan internalizados que pasan desapercibidos; nos enseñan a partir de su militancia también, de lo que se padece por ser excluído de lo humano en función de una – que se presenta como la única válida- interpretación del cuerpo y el deseo, pero además, cómo puede torcerse esa experiencia en el transcurso vital: de un desvío sufriente y subversivo a una afirmación de diferencias que devuelve al paisaje de la normalidad violenta, su potencial transformador, ruidoso y celebratorio.A Claudia Pía Baudracco, que quería ser Presidenta.A todxs quienes han padecido la muerte, la falta de amor, el desprecio, la exclusión. A todxs nosotrxs que intentamos trazar el camino de la vida con otrxs deshaciéndonos y rehaciéndonos mientras vamos alterando las reglas de juego para la libertad.
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Daniela,
ResponderEliminarNuevos derechos que se agregan, no van a resolver toda la problemática de quienes son "diferentes", pero van montando necesarios jalones. Ojalá los tiempos sociales puedan seguir el ritmo de los tiempos políticos.
Un Abrazo
Mi estimado Sujeto, qué certero: son jalones necesarios, no suficientes, que incluso pueden llegar a convertirse en parte de una red normativa que haya que cuestionar algún día. Porque estamos siempre en movimiento, pero siempre enfrentando lo que excluye y discrimina. En esta tarea nuestra vida se va transformando, como vida colectiva.
ResponderEliminarUn abrazo