"...en el siglo XVIII, una de las grandes novedades de las técnicas del poder fue el surgimiento, como problema económico y político, de la “población”;la población– riqueza, la población-mano de obra o capacidad de trabajo, la población en equilibrio entre su propio crecimiento y los recursos de que dispone. Los gobiernos advierten que no tienen que vérselas con individuos solamente, ni siquiera con un pueblo, sino con una “población” y sus fenómenos específicos, sus variables propias: natalidad, morbilidad, duración de la vida, fecundidad, estado de salud, frecuencia de las enfermedades, formas de alimentación y de vivienda. Todas esas variables se hallan en la encrucijada de los movimientos propios de la vida y de los efectos particulares de las instituciones(..) En el corazón de este problema económico y político de la población, el sexo: hay que analizar la tasa de natalidad, la edad del matrimonio, los nacimientos legítimos e ilegítimos, la precocidad y frecuencia de las relaciones sexuales, la manera de tornarlas fecundas o estériles, el efecto del celibato o de las prohibiciones, la incidencia de las practicas anticonceptivas(…) Es la primera vez que, al menos de una manera constante, una sociedad afirma que su futuro y su fortuna están ligados no solo al número y a la virtud de sus ciudadanos, no sólo a las reglas de sus matrimonios y a la organización de las familias, sino también a la manera en que cada cual hace uso de su sexo”.
(...)
“Nace el análisis de las conductas sexuales, de sus determinaciones y efectos, en el límite entre lo biológico y lo económico. También aparecen esas campañas sistemáticas que, más allá de los medios tradicionales – exhortaciones morales y religiosas, medidas fiscales- tratan de convertir el comportamiento sexual de las parejas en una conducta económica y política concertada.”
Michel Foucault, "La Voluntad de Saber"
Con 53 firmas se presentó el proyecto para la Interrupción Voluntaria de Embarazo (IVE) que impulsa la Campaña por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.
Esta vez se dará, seguramente, el debate que quedó pendiente el año pasado, cuando los proyectos de entonces perdieron estado parlamentario.En esta demanda, todxs, mujeres y varones de diferentes pertenencias partidarias o perspectivas ideológicas, estamos convencidxs de que no hay otra posibilidad de terminar con esta forma de violencia que se cobra tantas vidas, que aprobar la legalización. La opinión sondeada apoya, voces de distintas confesiones religiosas también.
Atrás de la verba más conservadora y que atrasa, que se opone sistemáticamente no solamente a la legalización del aborto, sino a la educación sexual y a la efectivización de los programas de salud sexual y reproductiva, está ese poder heteronormativo que concibe el control de la sexualidad, discrimina entre géneros normales y los que no lo son, y se declara defensora de la "célula básica de la sociedad", reducto donde en pos de la reproducción se "permite" la sexualidad para la procreación y se prescriben las conductas para la mujer y para el varón. Esta organización familiar -por otro lado-, se cristalizó en un momento determinado en Occidente. No hay que olvidar que lo histórico es contingente, es decir, puede ser así o no serlo, o ser de otra manera. Y que se concibe así en Occidente, que suele presentarse como el centro-modelo del mundo.
Como lo fue en su momento el matrimonio igualitario, la amenaza de la IVE reviste un carácter gravísismo. Sus vocerxs, escandalizadxs, no se equivocan en este aspecto: todo aquello que implique la pérdida de control sobre el cuerpo femenino es impensable para una estructura que, a pesar de los avances registrados, incluso en el ámbito de las políticas públcias, se mantiene incuestionada. Se le llama de distintas maneras.Patriarcado, por ejemplo, es una forma de nombrar formas de organización jerárquica entre los géneros. O bien sistemas sexo-género, como denominan quienes no ven sus manifestaciones necesariamente opresivas, sino como una organización de grupos sociales a los que se le asignan determinadas características,y que induce en la socialización la identidad y el rol de género e infinidad de conductas, sean éstas sexuales o no.Si por patriarcado entendemos a grandes rasgos a un conjunto de prácticas que crean el ámbito material y cultural propios para asegurar su continuidad, aún estamos en un sistema patriarcal aunque se hayan obtenido reconocimientos de igualdad de derechos -al voto, a igual remuneración por igual salario, etc- o inclusive, derechos para las llamadas "minorías sexuales". Las normas escritas o no, los umbrales de percepción y de aceptación, inducen a cumplir roles determinados vehiculizados por mitos que reproducen los medios de comunicación, la publicidad e inclusive, distintos momentos de las legislaciones progresistas. Una sexualidad controlada -por coerción o por consentimiento- constituye un aspecto central en la hegemonía masculina que bien puede vehiculizarse a través del deseo, de lo afectivo, de los intereses de quienes nos socializamos según un control que no parece tal, que es deseado, que no es fácil de percibir en todo su alcance. En en un sistema de fuerzas, que nos constituimos como sujetxs; ignorando la más de las veces aquello que nos atraviesa.
Instituciones como la heterosexualidad, lejos de ser una opción "natural", una "preferencia", merecen ser cuestionadas, justamente por esa insistencia en su naturalidad, ahistoricidad, en esa porfía de fundamento de la reproducción de la sociedad y de los valores. Esto no significa para nada sacársela de encima, sino simplemente, abrir las posibilidades para comprenderla como política, ver cómo somos producidxs por esa heteronormatividad hegemónica, y qué opciones tenemos para lograr liberarnos de lo que sufrimos, no por voluntarismo, sino precisamente asumiendo esa intersección de esas fuerzas que somos. Fuerzas: porque nos preceden y nos gobiernan sin advertirlo, y al mismo tiempo son la posibilidad de resistencia y creación.
Fidel, el hombre que apenas dormía
Hace 4 horas
Y habrá que presentarlo cuantas veces sea necesario: es una deuda pendiente con los derechos de las mujeres (que son derechos humanos) que nuestro país deberá saldar tarde o temprano.
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