Diez años pasaron del estallido que marcó el fin de una etapa que había comenzado en 1976.
Diez años en los cuales el acontecimiento, inmanejable, incalculable, marcado con la sangre de 36 personas, abría una posibilidad, una salida.
A diez años, la represión estatal en democracia no ha sido debidamente investigada. La impunidad de los efectivos policiales, la de quienes dieron las órdenes, la del cobarde que se fugó en helicóptero, la de los laderos, la de los bancos, nos sobrevuela, nos intoxica como aquellos gases con los que intentaron “limpiar” una plaza, frenar las hordas, acallar un reclamo que ya no se encuadraba en clases ni partidos.
En ese momento, hay que recordar los contextos, estaban vigentes las leyes de impunidad, y los represores andaban por ahí, entre todos nosotrxs. La complicidad civil, aún invisibilizada, los poderes mediáticos…
Esos mismos que bendijeron no sólo el corralito sino antes, la enajenación de las empresas del Estado, la destrucción de la estructura productiva del país, sino que delinearon la imagen del sacrificable: el piquetero, expresión de la mayor desesperanza volcada a una ruta o a una calle antes de morir en silencio de hambre, desprecio o desidia.
Los que azuzaron la cultura del “sálvese quien pueda”, haciendo de las instituciones republicanas un teatro malo pero dócil a sus intereses,andaban y se llevaban la guita pero aplastaban los sueños de generaciones asomadas fugazmente a una esperanza en la democracia, mataban de inanición y de tristeza a lxs jubiladxs, explotaron como en los mejores años infames de la depresión de los 30 a quienes no tenían estrategias de supervivencia.
Andaban y sabían que la farsa era conveniente…que nadie iba a animarse a desafiar la única receta económica: el endeudamiento, la timba financiera, la minimización máxima del Estado. Intentando con éxito hacer desaparecer la solidaridad social, - como antes, a lxs militantes populares y disidentes-, copando los discursos justificadores, la pavada amplificada, abonando la cultura individualista y exitista de los que estaban "dentro"...lxs verdaderxs dueñxs de la Argentina asociados a la dictadura global del mercado, sin bandera ni códigos, pensaron que repartiendo palo una vez más, terminarían la faena acostumbrada.
Pero no todo estaba perdido.
Y otro acontecimiento, inesperado, incalculable, asomaría poco después, en la figura de un hombre que no dudó en desobedecer ese cuento del destino de la derrota y de la inexorabilidad del imperio del interés y la fuerza.
Ese hombre no solamente dijo sino que probó ser el hijo de las Madres de la Plaza de Mayo que sufrieron los palos con el pueblo desesperado y en rebelión como en décadas no se manifestaba. Y fueron a la vez los palos a las Madres en la Plaza los que terminaron de despertar del letargo a ese pueblo al que el sufrimiento sostenido, la injusticia repetida y cínica tenían en jaque. Se estaba matando el alma.
Cuando miramos en perspectiva al 2001, otra vez el recuerdo vivo de Néstor y la realidad que vivimos, esa que nos moviliza a esa misma Plaza a festejar, nos dice : basta de impunidad, exijamos justicia para los crímenes de ese diciembre, exijamos que lxs cómplices del saqueo perpetrados por los ladrones de los bancos sentados en las bancas también rindan cuentas.
Mientras tanto, nuestro nuevo liderazgo democrático y popular avanza, a pesar de todas las trabas y golpes, en una dirección nueva e inédita, como aquella tomada cuando se derogaron las leyes de obediencia debida y punto final, o cuando se pateó el Alca y el FMI a la mierda.
Hay una senda a seguir y profundizar en la construcción de un bloque de poder – en un mundo que está probablemente virando a la multilateralidad- en nuestra Latinoamérica, en la que nuestra gente puede vivir dignamente y puede estar segura de que sus presidentes intentan otra vía hacia la soberanía en serio, la de los recursos naturales y humanos, la que se planta frente a los atropellos.Una Patria nueva de naciones hermanas defendiendo su derecho a un destino digno, a explotar para sus habitantes sus recursos y defender sus reservas uniendo fuerzas.
A diez años, justicia para quienes cayeron, cárcel a los responsables, memoria para no repetir y descubrir las complicidades más sutiles que las balas policiales.
A diez años, gracias Néstor Kirchner.
A diez años, celebremos estar protagonizando un presente de alegría y de movilización no para sobrevivir sino para vivir un destino que podemos elegir y por el cual estamos seguros, estarán felices las generaciones futuras.
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