La historia no es lineal, ni simple. La historia es narración, es un constructo con el que se hacen cosas, se establecen legados. En la tensión con lo olvidado, lo perdido, lo que no se nombra, una tradición hegemónica se superpone a otos relatos, otras versiones, otras historias.
Existen tradiciones diferentes. Podemos hablar de una historia desde el punto de vista de los vencedores, tanto como otra historia desde el punto de vista de los vencidos, la cual resulta más ardua, porque se va rescatando, construyendo por fragmentos, y luce los jirones de la derrota. Pero que es tradición al fin...
A las luchas revolucionarias de todos los tiempos, a las luchas de nuestra América Latina, le corresponde una tradición que palpita en las luchas del presente.
Siempre miramos el pasado desde el presente, de acuerdo a un legado que recibimos. Puede que otro legado reaparezca al deconstruir, al abrir o cuesionar lo transmitido por la cultura en la que vamos siendo formados.Cuando descubrimos la América profunda: los pueblos originarios que existían con sus culturas heterogéneas, sus civilizaciones, sus mitos y prácticas complejas, sus rivalidades y sus misterios.Cuando visualizamos la América de la esclavitud de la población negra.Cuando comenzamos a enterarnos de las revueltas populares, de los intentos de emancipación frente al imperialismo norteamericano desde el siglo XIX, vamos articulando otra tradición.
La historiografía expresa la batalla por el control de un pasado que intenta legitimar un estado de cosas. En nuestro país, Mitre se encargó de dar una versión de la epopeya de nuestros próceres a medida del país liberal que defendía y se había consolidado sin ahorrar sangre de gauchos en las guerras contra el indio, contra los paraguayos que se habían animado a un proyecto autónomo de desarrollo. Proyecto encabezado por los ganaderos y terratenientes aliados al capital inglés. Pasarían décadas hasta que otras versiones de la historia rescataran a los entonces malditos, para mostrarlos como defensores del país frente al dominio extranjero. Otra visión de la historia; en clave materialista, desentrañando eso que no explicaban los viejos textos escolares cuando hablaban de las batallas,rebeliones, conflictos entre unitarios o federales, o Bs.As. y el interior, como si se tratara de meras acciones de personajes excepcionales.
¿Cómo se puede tener pues, una tradición y para qué tenerla, con todas estas dificultades? Primero, honestidad, sabemos que hay versiones, varias, del pasado. Que no hay hechos desnudos. Que nuestra mirada no puede escapar al marco conceptual ni a los prejuicios de nuestro tiempo. Segundo, el pasado, o bien, las versiones del pasado, constituyen e interpelan el presente que vivimos y en el que pensamos alguna transformación o defendemos un estado de cosas imperante. Por lo tanto, hay un uso del pasado, un vínculo con él orienta además, la acción presente.
Para el filósofo Walter Benjamin, el pasado no es el objeto de una contemplación, sino que el pasado se halla en perpetuo movimiento, reordenándose en función de las relaciones que se establecen con él. No se trata de reconstruír el pasado “tal como verdaderamente ha sido”, sino de componer con él una constelación; así, la tradición deja de ser lo que recibimos de los vencedores de la historia para ser objeto de una experiencia activa.
Benjamin escribió sus “Tesis sobre el concepto de la historia” en 1940, poco tiempo antes de morir. En ellas, combatía la idea del progreso histórico, del historicismo, de la teleología como la marcha inexorable hacia un fin prefijado. Con un lenguaje poblado de imágenes y alegorías, hablaba en contra del tiempo lineal; su escritura, fragmentaria, poco ortodoxa para sus colegas filósofos de la posteriormente denominada “Escuela de Frankfurt”, daba cuenta de ese intento por tender, desde su presente, un puente para la acción que, como una disrupción en el tiempo, hiciera justicia con los vencidos, silenciados y olvidados. Expresión de una particular idea de la revolución, distinta a la de los revolucionarios encorsetados en la marcha inexorable de la historia hacia el comunismo que no pudieron comprender ni combatir el nazismo que emergía frente a ellos.
Al leer a John William Cooke no se puede dejar de pensar en Walter Benjamin, en su concepción singular de la historia y de la revolución. Desde la reflexión en medio de la resistencia y la lucha política, decía en sus “Apuntes para la militancia”, de 1964, que : “ en el año 45, a pesar de la crítica que hizo el nacionalismo de derecha al régimen liberal y la historiografía mitrista, porque ellos todavía soñaban con la vuelta a la tierra, y se veían caudillos de gauchos sometidos a la élite de la aristocracia de la que formaban parte, nosotros veíamos el gaucho de carne y hueso transformado en cabecita negra, obrero y que buscaba conducción sindical, orientación para sus luchas, conquistas politicas, líderes de masas.”
Cooke es otra personalidad que siente la proximidad de las luchas pasadas; que busca retomar lo perdido y lo disperso en el pasado para el conocimiento de la realidad y para extraer enseñanzas. Sin separar teoría de práctica que es una falsa dicotomía. Sin colocarse en el lugar del esclarecido, sino de aquel que intenta encontrar un sentido a los acontecimientos, lo que es, a la vez, estrategia de poder. Otro incómodo, que asume que la revolución ya no es un dato absoluto. Y para quien pensar el pasado es pensar el futuro, con todas sus ambigüedades. La teoría política es un instrumento de las masas que desata su potencia y no un poder restringido a unos pocos iluminados: la idea de una dirección política esclarecedora apunta a hacer claras las cosas que están claras. Dirección descubridora. Además, esta dirección ya está en la práctica del popular. Y más aún, lo clave es hacer política con ideas, con conductas y no con personalidades.
Reencontrarnos con estos pensadores y luchadores de una idea de revolución no fácilmente clasificable, desde la vereda de los oprimidos y derrotados, desde la asunción de que no hay síntesis como etapa superadora tras la tesis y la antítesis desplegándose en una marcha de la historia, es estimulante, conmovedor, provocativo.
Podríamos decir quizás que hoy nos involucramos en un proyecto más allá de una personalidad determminada. Que nos descubrimos muchos/as integrados/as desde hace tiempo a una lucha por el cambio social que en estos años se reencuentra con conceptos que se habían llenado de otros contenidos. Éstos tienen a su vez su historia, su devenir, sus mutaciones. Que articulamos con el pasado y con una construcción de la memoria las acciones colectivas del presente: ése es el sentido noble de la pelea por la justicia y el castigo a los genocidas : dejar a las generaciones futuras una tradición de respeto por los derechos humanos más fundamentales, y también dejar un relato distinto del vencedor del cual podamos extraer enseñanzas. Y porque creemos que resuenan, en las demandas de justicia social de las personas excluídas de la dignidad del trabajo y la comida, las voces indias, negras, gauchas y pobres de siempre que con su sacrificio y su sangre hicieron la opulencia de quienes mantuvieron el control - tanto durante gobiernos democráticos como de facto- atentando siempre, atentando hoy, contra el tendido de ese puente en el tiempo.
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