No, no, no...No se puede tapar el sol con la mano, desde que la escuché por primera vez, me gustó la potencia de esa imagen.
No se puede ignorar el apoyo dado por Maradona y los jugadores de la Selección a la candidatura al Nóbel de la Paz a las Abuelas de Plaza de Mayo. La patética trasposición de Batistuta por Carlotto en la crónica no basta para invisibilizar lo que se ha recorrido en materia de la instalación - que tanto ha costado – de la temática del respeto a los derechos humanos en Argentina, y del reconocimiento internacional a las organizaciones nuevas, como las Madres y las Abuelas, que apostaron a una forma de lucha pacífica y constante por el esclarecimiento de los crímenes perpetrados por la Dictadura militar apañada por el silencio y la complicidad de muchos otros sectores que hoy empiezan a ser puestos en evidencia.
No se puede desconocer la alegría y la convocatoria de los festejos del Bicentenario probando que se pueden congregar miles y miles de personas en las calles, sin paranoia, sin fobias entre sí, para celebrarse como pueblo. Personas heterogéneas, sin ser todas partidarias de un gobierno... porque lo que se vivió trascendía ampliamente cualquier apropiación particular.
No se puede dejar de apreciar cómo lo reprimido insiste, y vuelve: el estandarte incaico que devino bandera de los pueblos originarios está presente, con la bandera argentina, en los actos y movilizaciones. No por ello dejan de existir las injusticias y atropellos hacia los derechos de los legítimos dueños de nuestras tierras, arrojados al olvido, asesinados hoy impunemente, reducidos a más miseria como efecto del boom sojero que arrasa el equilibrio de los suelos. Pero está comenzando un cambio profundo y significativo.
No se puede defender el abuso a una adolescente, sin exponer crudamente en ese esfuerzo insostenible, la complacencia de una sociedad machista que se expresa, paradojicamente, en la voz de mujeres que reproducen esa violencia de la que son víctimas.
No se puede mantener una visión eurocéntrica de nuestros pueblos de América por siempre. El hecho de que exista la UNASUR es un índice de una transformación profunda. Porque tras favorecer, divididos, a golpes militares instigados por la CIA -martirizando a Salvador Allende y a un experimento popular inédito por citar sólo un caso- y a los efectos de las recetas neoliberales que nos desangraron inexorablemente, en estos años hemos comprobado que, en una construcción regional que respeta las diferencias y las idiosincracias de cada una de las naciones, podemos resistir el avasallamiento que la globalización puede imponer desde lo económico y lo cultural. Cuesta mucho pero es un aprendizaje que ya ha demostrado su sentido, en la defensa del gobierno de Evo Morales ante la amenaza segregacionista y golpista, en la búsqueda del reconocimiento del carácter “plurinacional” de los estados. Comenzar a saber quiénes eran nuestros ancestros, comenzar a cambiar la mirada de nuestros hermanos/as paraguayos/as, bolilvianos/as, ecuatorianos/as, a leer otros libros de historia, otros relatos sobre la Conquista española, sobre la Campaña del Desierto...
No se puede tapar el sol con la mano. Es potente y brilla, es exceso. Como la multiplicidad y la diversidad, se escapa de todo molde que pretende encerrarla y enderezarla de una vez en ese gesto soberbio, mezquino e inútil.
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